Triste final del Monte Bonini. Ana Unhold- Argentina
Nací roble, hace más
de treinta años. Soy sólido,
enhiesto, imponente, algo soberbio tal
vez. De una diminuta bellota, crecí
colosal en el monte. Mi cuna fue
la tierra húmeda y fragante, mecieron
mis sueños los trinos y gorjeos. A
mi lado brotaron laureles, pinos, fresnos, castaños
y eucaliptos. Fuimos amigos sin competencias, agua y luz había para todos. Infatigables fábricas de oxígeno. Escamas de luz titilan en las hojas. Parecemos inmóviles, sólo es aparente. La vida bulle y estalla la energía, el agua sube y baja por cientos de vasos, sólo la corteza es dura y delicado el interior. Nuestros brazos generosos alojan cientos de aves, millones de insectos, trepan, zumban y aletean. Mas, nada es perfecto, y menos, eterno, Hace pocos días la paz fue alterada, sonidos metálicos, voces destempladas. Por ser el más viejo fui interrogado: -Dinos viejo roble ¿qué es lo que pasa? No tuve respuesta... Ruidosos cuchillos pronto atacaron. Metálicas hojas cercenan los troncos. Un rumor de miedo corre por el bosque. Las hojas tiritan, los frutos tiemblan y caen. El sonido incesante de la sierra siega los troncos. Los árboles amigos caen en postrer estruendo. Cientos de aves despavoridas aletean buscando sus nidos. Implacables los rayos horadan la tierra. Ya no está la fresca cúpula verde de catedral silenciosa... Colosos de madera se desangran al sol. Las hojas exánimes, marchitan. Nada queda del monte amado. No puedo soportar tanto dolor. Ver llorar a una niña, no podrá jugar a mi sombra y recorrer, lo que un día, fue el Monte Bonini Hubiera querido, ser uno más... y partir.
Ana Unhold Argentina. Blog en Uniletras
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