Versos a la vida I
La vida,
en su forma a la noche se asemeja. Es una jornada breve, tan breve como bella.
Trae horas, que gimen en la sombra y otras, que vibran con el
cielo, si
aparecen sonriendo las estrellas.
La vida, brota como el agua, en los altos montes, igual a la fecunda hierba que florece y se levanta, con la mirada impredecible de quien la vulnera o la contempla.
La vida, es una escuela que,
con rigor, sobre la marcha enseña y pone pruebas al camino que marcan, con profunda huella. La vida tiene brechas que las horas cierran, la
vida tras nubes, con
la mente juegan.
No
es de bañar con lágrimas amargas, el cuerpo que la muerte lleva. Es agradecer, las horas bajo el sol y apostarle a la vida una
mirada nueva.
La
vida, siempre vuelve a Dios que nos puso en ella y es el mismo Dios quién la comprende, la reclama o la sustenta.
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Amante perfecto Él, que aparecía en sus noches
y le invitaba al desvelo entre
arrullos enamorados con caricias perfumadas, que enredaba en su pelo.
Él, que se volvió canción, y le acariciaba la piel, solo con mirar su retrato colgado en el espejo. Él, era su embrujo, era deseo, el amante
perfecto que vivía
en sus sueños, que abrazaba su cuerpo y le estremecía la vida aunque estuviera lejos. Él, ya no vive en sus días. No como antes. Su sonrisa, frágil y ligera se quedó
en el aire cuando cayó
la tarde. Esa mirada,
que encendía la llama que le quemaba por dentro, se apagó de a poquitos en prolongado silencio.
Esos labios, que provocaron el robo de un beso, no volvieron más a quitarle el aliento.
Él, era su embrujo, era deseo, el amante perfecto. Perfecto, sí. Tan solo en sus sueños.
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