Joseph Berolo
2010
Lo primero que vi fueron sus zapatillas abiertas; los desnudos dedos en apretada fila doble de uñas
pintadas de negro azabache, los cuatro brillantes
de sus amarras
de hebillas plateadas, los tacones altos, gastados; sus pies bmaltratados por la levedad de la prenda.
Trepaba entonces la escalerilla
de la Van de Taxi Velox que pronto partiría del terminal de buses de la Quiebra, en el Quindío, hacia la cordillera
cubierta de neblina a esa hora, a toda hora.
Solo al levantar la mirada, pude verla de cuerpo entero; se acomodaba a mi lado en el asiento
de afuera, en la primera hilera , detrás del conductor.
Olía
a perfume barato, invasor; llevaba una flor desgonzada entre sus largos cabellos negros, ondulados; le caían terciados
sobre el hombro izquierdo-se acomodaron desparramados sobre el brazo de la silla que sentí mullido, tibio, resbaloso.
Sus labios carnosos, seductores, naturales, humedecidos por el furtivo duende de su inquieta lengua, enmarcaban la
hilera perfecta de sus dientes, blancos, blanquísimos- le brotaba una risa estupenda, vivaracha
y de sus ojos, un fulgor malicioso, de bacante al comienzo de una fiesta de faunos sedientos.
Se instaló en su puesto,
bregó con un bolso de cuero verde, pequeño, repleto de cosas que tintinearon entre sus
manos busconas ; extrajo el pasaje, lo entregó al inspector que contaba pasajeros y se hundió tranquila en su
espacio, coquetonamente recogida.
De reojo la vi darle vuelta a un anillo de oro desteñido; acarició el contorno del diamante
sin visos que decía cosas de su dueña; reclinó bruscamente el espaldar de la silla que se
la llevó...
Recostada, sonriente, vio, vi, vimos porque unimos
las miradas, crecer sus opulentos senos, apretaditos al final del encaje de su faja rosada ; el panorama de su vientre creció
igualmente, prometedor, seductoramente redondo, con su ombligo argollado, con su curvatura de caderas amplias, con su despeñadero
hacia el misterio de su amplitud astral. Sus inquietos pies jugueteaban entre sí, inquietos, en danza fija al fondo
del estrecho espacio bajo el asiento, como buscando el rumbo de su futura andanza.
La Ninfa- así la nombré con la mirada, dejó caer sus brazos desnudos
sobre el largo contorno redondo de sus muslos expandidos ...-a dormir....hasta que llegue...para poder rumbiar
a gusto esta noche...
-Vas de fiesta me atreví a comentar...
-Claro que si contestó emocionada.
-
¿Dónde...? Me atreví a preguntarle...
-En
Bogotá... ¿Dónde?... donde me digan...Yo solo voy a divertirme.
Se encogió de hombros... cerró los ojos... se durmió...
Yo... cerré los ojos... solamente.
El Van trepó la Montaña...y llegó la neblina de La Cumbre... y comenzó
el largo descenso hacia el plano ardiente del Magdalena...viaducto a viaducto...puente a puente...rumbo a otro plano, más
allá de las Palmas de Cera...
La estridente música de carretera brotaba insolente de las cuatro bocinas del pequeño
autobús; se mezclaba con el chirrido de los frenos en las temibles curvas del descenso, con el sordo
quejido de los cambios en las subidas-- de vez en cuando, La Muerte sobre ruedas bajaba de frente, rozaba
con su viento huracanado las ventanillas del vehículo, y el conductor que manejaba el bólido de
su confianza con la punta de los dedos de su mano izquierda, no dejaba de hablar y de hablar... pegado a
un celular.
La
Ninfa despertó; siguió reclinada; extrajo del fondo de su bolso un turrón envuelto en mil colores; lo
desnudó pausadamente, se lo llevó a la boca, lo lamió hasta agotarlo...distraída, con la mirada
puesta en el perfil de sus recuerdos.
-¿Dormiste? le dije...
-Algo... no lo suficiente...
Y su
voz fue diferente a la sonora de antes, y su mirada se tornó pensativa...
Y
tú, ¿Vas para la capital...?
-Si.. mañana.. Hoy
me quedó a mitad de camino...
-Yo.. sigo...
-Te espera una buena rumba...
-Ni
tanto... pero si... es con alguien que me quiere mucho
-¿ Tu
novio... tu amigo ?
-Algo así ... Y regresó a sus pensamientos.