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EJERCICIOS FILMICOS Bent y yo, investigadores del centro de experimentaciones sicofílmicas de Jaraquiel, realizábamos
la función de seis de la tarde con grandes deseos de progreso en nuestro proyecto. Sobre la pantalla horizontal y convexa
del tridivisor se erguían las figurillas de dos danzantes en medio de una atmósfera de vapores rosados que salían
del cristal y que los hacía ver flotando como si en lugar de estar en la superficie bruñida de color ónix,
estuvieran en el espacio exterior haciendo la caminata Leonov de reglamento. La danzarina vestida de tul llamaba con sus dedos de mil arpegios a su compañero
desnudo que se encontraba ensimismado, contemplando la limpidez del agua que bajaba rauda por el río. El joven se volvió
y admiró el hermoso cuerpo que transparentaba a través del vestido y sonrió. __¿Porqué le pusiste esa sonrisa?--inquirió Bent
a mi derecha__ ¡Es insulsa! El
joven no se dio por aludido. Continuó contemplando a su Elisa desde la orilla mientras el agua corría por la
superficie mostaza del cauce. __¿Eres
tú, mi amor?__ Preguntó ella desde lo alto; temblorosa, con ese rubor casi infantil de las heroínas __Te
he estado buscando por todas partes__ Puso sus manos sobre sus rodillas en actitud coqueta. __Estaba bañándome. Antes corrí un poco por la pradera
simulando ser un potro salvaje... ¿Te sientes bien? __ le respondió él después de abandonar el
agua y dirigirse al talud de la ribera. La
mujer bajaba por una ligera pendiente rocosa cubierta de gramilla lila. La brisa liberaba los siete velos de su ropaje y toda
ella parecía una almendra de nácar cubierta por ráfagas de sedas al viento. Al verla llegar, él
sintió la punzada del deseo en el bajo vientre. Ella inició sobre la arena un baile de incitación al
amor; movía sus brazos en forma sincronizada con todo el cuerpo, como si fuera una oruga que se encogía y estiraba,
o un cisne que abría sus alas y luego las recogía, alternadamente. __¡Pura cursilería! __exclamó Bent, contrariado, y se situó
enfrente de la pantalla del tridivisor, contemplándola. La danzarina continuó sus movimientos y su compañero se extasiaba con ellos y se
tendía desnudo sobre la playa, esperándola. __El final es demasiado obvio__ agregó Bent y se volvió hacia mí. Yo me lo quedé mirando
fijamente, molesto por sus insistentes y mordaces apuntes. "¡Toma tú el control, entonces!", le dije
y me levanté del sillón. Bent
trajo a cuento el tema de las relaciones entre la fantasía y la realidad mientras se sentaba frente al tablero del
tridivisor y comenzaba a mover sus videobotones. "Verás un buen filme--me dijo-- con más imaginación
y profundidad, con menos cliché...". Sobre la pantalla, casi al instante, aparecieron dos agitados astronautas que huían de una bestia en un desierto
ferroso de Caciopea; la bestia corría tras ellos pero los valientes astronautas, armados de valor y de un adminículo
antigravitatorio que les permitía volar a baja altura, se mantenían a salvo. __¡La misma historia de siempre!__ ataqué entonces, porque
era mi turno. Y no pude evitar una sonrisa al ver la cara de contrariedad de Bent. __Ya verás que no__ me respondió. Cerró los ojos como para lograr
una mejor concentración y continuó desparramando ondas lumínicas sobre la caja de integración
del tridivisor__ Prepárate para ver algo original__ agregó. Sobre la pantalla aparecieron entonces los mismos astronautas con sus vestidos de
desembarco, cabalgando sobre dos briosos corceles en una hacienda del oeste norteamericano del siglo anterior. Se preparaban
para un rodeo pero, fantásticamente, éste estaba próximo a iniciarse en un monumental estadio de "hard
ball" con techo de fibra de vitrex. __Eso
no es real, es un disparate __le dije, insistiendo en la vieja polémica existente entre él y yo.
__¿Qué es lo real y qué es
lo ilusorio, lo sabes tú acaso?__ respondió enseguida__ ¿No podemos crear situaciones escénicas
que satisfagan nuestros deseos? ¿En qué queda la libertad de creación, contigo?__ complementó
y continuó con el ejercicio. Los
astronautas dieron la vuelta al estadio en medio de los aplausos y de la algarabía del público, de un público
heterogéneo que reunía individualidades vestidas a la usanza de la Grecia heroica, del Renacimiento florentino,
de los años treinta en Chicago y de los sesenta en la era del rock y del petróleo en América y hasta
de las calendas de Hermes, el atlante que se comunicaba con Sirio desde su observatorio piramidal en Egipto. Se diría que los jinetes de ese extraño
rodeo se habían sobrado en las pruebas de monta y de coleo, a juzgar por la ovación. Yo le reclamé entonces
a Bent que ese tipo de mixturas fílmicas no eran originales, que ya Mel Brooks, un realizador de cine de los primeros
Estados Unidos de América, las había llevado al celuloide y que en este año 2.047, en plena era de los
neurotrones, no era racional ni ético conjugar diferentes personalidades y situaciones correspondientes a épocas
diversas, para tratar de plantear problemas del presente. Cada época tuvo su ser humano, con sus virtudes y defectos,
con sus capacidades y sus carencias. Y así hay que tomarla. En su contexto. En cada era el hombre tal cual fue.
Bent se quedó un rato pensativo, luego
miró el reloj y me pidió que apagara el aparato. "Es hora de ir a la reunión del consejo",
dijo para justificar la interrupción de la sesión. Yo apunté con mi dedo el icono "on off"
y lo observé mientras guardaba los neurotrones en sus cajas esféricas. Hecho esto se dirigió a mí:
"La imaginación es como las alas del pensamiento; un hombre sin imaginación es como un pájaro sin
alas", dijo en tono magisterial y empezó a despojarse de su "mono" de trabajo. Nos disponíamos a abandonar el laboratorio para salir hacia el
edificio del Consejo con los documentos del nuevo estadero que la cooperativa proyectaba construir en el hermoso balneario
de Broqueles, y Bent notó que algo no estaba bien en el tridivisor. __Es esa luz residual tenue __me dijo con expresión de incertidumbre. Hizo
entonces un leve contacto digital con el icono rojo y exclamó: "¡ Está apagado!". Sin embargo
había remolinos de luces en aumento sobre la pantalla que no podían provenir del tridivisor. Eran como esos
remolinos de estrellas que anteceden al proceso de reintegración de la materia. __¿ Otro producto de tu imaginación, Bent?__ le dije, pensando
que tal vez trataba de tomarme el pelo. "No, esto es otra cosa", me contestó. Su pensamiento se perdió
en los laberintos de la meditación. En ese instante los ovillos luminosos cobraron forma y aparecieron sobre la pantalla los mismos astronautas del ejercicio
fílmico anterior pero saliendo de una pequeña nave de líneas tradicionales que se posaba sobre un terreno
plano y desértico. __¡
Eureka ! __gritó uno de ellos. Temerosamente afirmó su pie derecho en la superficie firme del planeta, manteniéndose
asido a los pasamanos de la astronave y con el otro pie sobre el último peldaño de la escalinata.
__¿Todo bien?__ preguntó receloso
un cosmonauta. __¡Baja! __le contestó su compañero.
El segundo hombre bajó entonces con un
poco de mayor confianza. Entretanto, el primero daba saltos como un niño sobre la tierra del mundo que acababan de
descubrir. __Parece que es un defecto
de reincidencia __dijo Bent__ A veces ocurre. Es como un sueño, una reactivación de las conexiones nerviosas
pero en forma desordenada__ Bent observaba detenidamente el paisaje árido que reproducía el tridivisor.
__¡Mira, Bent! __grité yo, señalándole
las insignias de la nave estelar. Bent se acercó hasta el límite permisible por el campo envolvente. "¡No
puede ser!", exclamó. "¿Douglas Wilson y Arthur Pendleton?". Bent me observó con cara
de incredulidad. __¡Ellos son__
agregué yo y le señalé la pantalla. __¡Pero si esta gente salió hace dos años rumbo a Barnard! ¿Cómo pueden estar allí?__
preguntó Bent y señaló la superficie bruñida del tridivisor. __Es posible que hayan llegado a Barnard y que eso que vemos sea una transmisión
siónica del acontecimiento... __No,
no puede ser --interrumpió Bent-- Estos aparatos no están diseñados para captar ese tipo de señales,
y ellos (señalándolos) deben estar a seis años luz de La Tierra... Sobre la pantalla del tridivisor creativo. __¿Es eso Barnard, Douglas? ¿No te parece muy raro que hayamos
llegado antes del tiempo previsto? __le dijo un astronauta al otro, al tiempo que recogía del suelo un pedrusco que
parecía carbón. __Para
serte sincero, estoy tan confundido como tú. No sé si esto es el planeta óptimo de Barnard, lo que sí
te puedo asegurar es que no es región alguna de nuestro sistema solar que conozcamos (miró en dirección
a nosotros, bóveda arriba) La superficie es enigmática y sobre todo, esa bruma que no nos deja ver más
allá de la curvatura... __Es
posible que estemos en una estación orbital abandonada __dijo Arthur. Y se cubrió las cejas con ambas manos,
tratando de mirar a través de la bruma. Bent y yo escuchábamos atentos, sin querer dar crédito a lo que nuestros ojos miraban. De repente Bent
se puso de pie, como si hubiera encontrado la solución del problema. Tomó el extractor entrópico y lo
colocó en dirección a la pantalla. __¿Qué pretendes hacer, Bent? __le pregunté, temeroso de las consecuencias. __Quitar eso que ellos llaman la bruma que no los deja
ver más allá de la curvatura. __¡Estás loco, Bent! Eso puede generar una reversión de campo en el pequeño espacio de
los astronautas __le dije. __No, nunca
he estado tan cuerdo como hoy __me contestó; encendió la unidad de carga del extractor e inició la succión
de la bruma que inquietaba a los astronautas y que no era otra cosa que energía compresa por la cara interna del campo
que envolvía la pantalla del tridivisor. __No olvides que la imaginación es como las alas del pensamiento. ¿Quién me dice que esos no
son Ray Douglas y Arthur Pendleton en persona, trasladados a esta pantalla por alguna extraña fuerza del cosmos? __agregó
y siguió en su tarea. __Es
posible, Bent. Bastante posible __le respondí. Montería, 1.981-1.992
Por inconvenientes muchos, de salud en casa.
éste libro no pudo se lanzado como se queria, en la Feria del Libro 2006 de Bogotá. Hoy rendimos homenaje al
autor, publicándolo parcuialmente , virtualmente. Su obra es muy especial y admirada por nosotros y asi lo haremos
conocer tangiblemente en el futuro.Joseph Berolo.Editor. |
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