Conversación con Dora Castellanos
2012
La cita era a las tres de la tarde, pero llegué un cuarto de hora antes. Amablemente
me recibió su secretaria Graciela, a quien bauticé mentalmente “Gabriela” por su parecido con Gabriela
Mistral. Esperé diez minutos. Con rostro amable, vestida sencillamente con una bata y arropada con un poncho, me saludó
cariñosamente la querida poeta Dora Castellanos.
Después del saludo, la felicité por su postulación al premio Nobel de literatura, hecho por
la Academia Iberoamericana de Letras, Artes y Ciencias de Bogotá, candidatura que dice Dora, no le fue consultada.
Le solicitaron su currículo para un trabajo sobre poetas colombianos y enviaron su trabajo a la Academia Sueca,
que contestó diciendo que había recibido el material. Habrá que esperar hasta octubre de este año
(2012) para conocer el resultado. Está feliz por el solo hecho de la postulación. Mientras tanto, ella, como
siempre, sigue escribiendo y corrigiendo, publicando y regalando sus libros a amigos y admiradores. Como pertenece a
la Academia de la Lengua, le pregunto sobre la posición de la institución frente a la postulación y dice
que cree que la Academia debería enviar una carta para adherir a la candidatura.
Alrededor de una deliciosa taza de agua aromática empezamos a charlar de su época del colegio en Bogotá,
pues mi madre, Cecilia, fue su compañera de pupitre e invariablemente nos acordamos de ella cuando nos encontramos.
Se recoge ligeramente en el sofá tapándose las piernas con el poncho o ruana y en su rostro, aún muy
hermoso y sin ningún maquillaje, se iluminan sus ojos al evocar esos tiempos. Dora y Cecilia disfrutaban mucho de la
poesía, lo cual era visto como pecaminoso por las profesoras. Forraban los cuadernos con papel oscuro y grueso y entre
el forro guardaban los poemas que leían o que escribían. Su profesor de literatura, de apellido Piñeros,
les puso como tarea recomponer o hacer una copia de un madrigal de Gutiérrez de Cetina (1518-1572), que dice:
Ojos claros, serenos,
Si de un dulce mirar sois alabados,
¿Por qué,
si me miráis, miráis airados?
Si cuando más piadosos,
Más bellos parecéis a aquel que os mira,
No me miréis
con ira,
Porque no parezcáis menos hermosos.
¡Ay tormentos rabiosos!
Ojos claros, serenos,
Ya que así me
miráis, miradme al menos.
Dora escribió en su cuaderno de tareas, con su letra clara:
Ojos negros, radiantes,
Que de mirar ardiente
sois loados
¿Por qué no me miráis ojos amados?
Si cuanto más amantes,
Más
bellos parecéis a aquel que os mira,
¿Por qué a mí solo me miráis con ira?
Ojos negros, serenos
Ya que así me miráis,
Miradme al menos.
Recuerda con nostalgia esos años en los que luchando
contra la oposición de muchos profesores y, en general contra el medio educativo de la época, inició
su oficio de escritora, aunque ella realmente había empezado a escribir a los ocho años. En Bogotá, del
Colegio Departamental, del cual la expulsaron por encontrarla fumando en el baño, pasó al Ateneo Femenino de
doña Inés Álvarez Lleras de Bayona Posada Bonilla, como doña Inés solía presentarse.
Allí compartió con Cecilia Salcedo, su cómplice en las aventuras poéticas, con Cecilia Plazas,
Angelina Rendón, Clementina Rozo, Herminia Salcedo, Julia Román y tantas otras, cuyos nombres trata de
rescatar su memoria.
Recuerda también a los profesores y cómo los conocimientos de botánica,
aparentemente tan inútiles en su oficio, han sido importantes para sus poemas, al describir (y sentir) las hojas lanceoladas,
o las flores de tres pétalos, o las solanáceas.
Guardaba también entre los libros las hojas de
las plantas, para que una vez disecadas pasaran al herbario. Del Ateneo pasó a estudiar mecanografía, taquigrafía
e inglés y con la primera solicitud de trabajo obtuvo su primer empleo en la Contraloría General de la República,
siendo contralor el doctor Carlos Lleras Restrepo. Se ilumina su rostro al recordar con orgullo su empuje juvenil al organizar
un homenaje multitudinario de mujeres para doña Cecilia de Lleras. Inicialmente la habían asignado a un departamento
en el que había una persona enferma de tuberculosis; Sin embargo el mismo Dr. Lleras dijo que una niña tan bonita
como Dora. No se podía quedar ahí y la trasladaron al Departamento de Estadística. Más tarde se
dedicó a las Relaciones Públicas y luego vino carrera diplomática en Venezuela, el país de sus
ancestros por el lado paterno.
Casada,
con hijos, trabajando, nunca dejó de escribir aunque a su esposo poco le gustaba éste oficio. Cuando le preguntaban
por ella en relación con la escritura, decía que no vivía allí, pero Dora insistía en escribir.
Cuando iba manejando y le surgía una idea o un vocablo para sus poemas, se detenía y anotaba en un cuaderno
que siempre llevaba consigo. Aún ahora, revisa sus viejas agendas para hallar ideas, revisar poemas y, supongo yo,
para recordar vivencias que el tiempo va borrando.
Ha escrito en prosa (crónica y ensayos) pero más que todo en verso, porque
como ella misma dice: “es que el verso se me da; pienso en verso y tengo que escribirlos”. Así, sus poemas,
que se pasean por todos los géneros: madrigal, romance, odas, haikus, son los que más la han hecho conocer y
los que la han llevado al sitial en el que hoy se encuentra. Tiene muchos sonetos, de perfecta factura, que según ella
es una forma pasada de moda, debido a que los que escriben no la dominan. Aunque le gustan los versos libres, casi siempre
termina escribiendo en verso, sin darse cuenta. “Escribo sonetos porque puedo”, remata.
Ante tan vasta y diversa obra, no puede dejarse de preguntar por el factor genético
que dicen tiene que ver con que uno escriba. Sí, dice Dora, “mi abuelo paterno fue un poeta venezolano, el General
Carlos Elías Echeverría Figueredo, escribió un libro de poemas que se llamó “Las horas perdidas”.
Era repentista y en las fiestas improvisaba para las jóvenes asistentes. En una ocasión terminó
así un poema dedicado a una bella niña de apellido Islas: “…Y al ver y al considerar/ que hay en
la naturaleza/ Islas de tanta belleza/quisiera volverme mar”.
Sus padres se conocieron en Barranquilla, cuando su mamá y sus tías fueron a
pasar vacaciones largas en el litoral. Fueron tan productivas esas vacaciones en cuestión de amores, que no solo se
casó su mamá con Carlos Echeverría, sino que una tía se casó con un barranquillero
apellidado Galofre y su otra tía, Helena, se enamoró y se casó con un italiano de apellido Salicci, que
había llegado a Barraquilla a presentar una función de marionetas. Dora es pues, una simbiosis poética
entre Venezuela y Colombia, aunque ella, amando a Venezuela, se siente “colombiana integralmente”. Siente a su
patria de manera profunda, como lo atestiguan sus homenajes poéticos a nuestra diversidad humana y geográfica.
Muchos de esos poemas hermosos y sentidos los presentó en su libro Colombeia, en uno de cuyos versos
dice: “Colombia en mi mente, en mi vida/ como una secreta pasión”-Hablando de amores, además de
sus hijos y sus nietos, de sus dos patrias: Colombia y Venezuela, tiene también sus amores espirituales; Bolívar
y Miguel Hernández. Para este último tiene un libro, sin publicar: “Propósito de espuma”,
con el siguiente epígrafe:
Aunque bajo la tierra/ mi amante cuerpo esté/escríbeme a la tierra/ que yo te escribiré.
Continúa con entusiasmo hablando de su familia. “La rama paterna es de
Venezuela; por el lado materno, es del Huila. Piedad Gutiérrez Cuéllar era mi madre. La rama paterna tuvo que
salir de Venezuela perseguida por el dictador Gómez. Dicen que, cuando el abuelo murió la abuela quedó
sin habla. La familia llegó a la Costa con mi papá y con mis tíos. Se instalaron en Barranquilla y pusieron
un negocio, “La Estrella”, dedicado a la importación de rancho y licores, fabricación de hielo y
heladería, lugar de encuentro, que a las cinco de la tarde se llenaba de jóvenes que iban a comer helados”.
Su papá se casó dos veces; de un matrimonio, dos hijas: ella y su hermana Gloría Echeverría
de González Méndez, casada con venezolano y vive en ese país, como la hija de Dora, Marilucía,
doctora en psicología y que le ha dado cuatro nietos. Tiene tres nietos más de su hijo Fernán,
doctor en zootecnia: dos mujeres que estudian en Francia y el benjamín de la familia, que así se llama,
“el más pequeño de mis grandes amores”, como se refiere Dora al menor de sus nietos. A todos los
ama y extraña, pues ninguno vive en Bogotá, pero definitivamente, Benjamín le “tiene el corazón
comprometido”.
Entre
los escritores y poetas se deleita especialmente con Jorge Manrique, San Juan de la Cruz, Antonio Machado y, entre los
colombianos, con Germán Pardo García, gran poeta olvidado por los críticos. Al preguntarle por las mujeres,
ya que no ha nombrado ninguna entre sus favoritos, inicia su corta lista con Safo, Rosalía de Castro - Carmen Conde-
Entre las latinoamericanas de principios del siglo veinte: Gabriela Mistral, Juana
de Ibarborou, Alfonsina Storni, Delmira Agustini. Nombra también a la francesa Marceline Desbordes-Valmore (1786-1859)
y a la sueca Selma Lagerlof (o Lagerloef), primera mujer en obtener el premio Nóbel de Literatura en 1909.
Calla un momento, mientras los recuerdos y las voces
de sus escritores favoritos danzan en su cabeza, y retoma la palabra para decir de memoria estrofas de las Coplas
a la muerte de su padre, de Manrique: “…cómo se pasa la vida, / cómo se viene la muerte/
tan callando,…/ cómo a nuestro parecer /cualquier tiempo pasado/ fue mejor/.
Cuenta que le hizo una réplica a esas coplas, guardando la misma forma métrica
de coplas de pie quebrado. Recuerda con deleite las liras místicas de San Juan de la Cruz y me explica que están
compuestas de tres versos heptasílabos y dos endecasílabos.Hurga en su memoria y dice: buscando mis
amores/ iré por esos montes y riberas, / ni cogeré las flores, /ni temeré las fieras/ y pasaré
los fuertes y fronteras.
“Mamá
Lalay”, como le dicen sus nietos está cansada; su rostro pide que acorte mi visita, a pesar de que ambas estamos
encantadas charlando y evocando. Me dice que su color favorito es el rosado porque ha pedido siempre a Dios que su vida
sea color de rosa, aunque se ha encontrado siempre con las espinas.Su plato favorito no es uno sino varios: el friche, típico
de la etnia Wayuu, hecho con carne, huesos y vísceras de chivo; un buen ajiaco, una cazuela de callos, pechuga de bagre,
dice como aspirando su perfume, la sopa de cebolla Un recuerdo de su infancia la lleva al día de su primera comunión.
Al recibir la hostia se le pegó al paladar y con cuidado la desprendió con la lengua, pero no tuvo paz en su
fiesta porque pensaba que por haberle pasado la lengua a la hostia había cometido pecado mortal.
La mejor hora para escribir, lo dice sin titubear: de
las once de la noche a las tres de la mañana, aunque aclara que: “cuando la poesía la acomete, en cualquier
parte y hora, coge lápiz y papel y anota. Casi siempre, cuando empieza el primer sueño de la noche, llegan a
su cabeza los versos y tiene que escribirlos.Al preguntarle si ora, dice que sí, que la oración la consuela,
la ayuda. Reza con camándula bonita y fina y cuando no la tiene, hace una introspección profunda. Para Dora
la oración es la mejor ayuda. Admite que no es católica practicante, porque a pesar de que cree que no comete
pecados, le da mucha alegría cuando mueren bandidos y terroristas y sabe que desearle la muerte a alguien, y a veces
hasta pensar que ella podría matar a alguien así, es pecado; por eso no comulga.
Un
recuerdo de su vida de mujer, mejor de su vida de escritora, como ella precisa, fue cuando el Presidente Belisario Betancur
le impuso, el 22 de agosto de 1984, la condecoración Simón Bolívar por sus eminentes servicios a
la nación”. Su poeta favorito es José Asunción Silva, y al preguntarle por nombres femeninos
sus favoritos son : Irene, Rosalía, Adelaida.
Al hablar de lo mejor de su oficio contestó:
“Es cuando buscando la palabra precisa y preciosa la encuentro y la “fraseo” en el poema que estoy escribiendo.
Sé si la necesito aguda, grave, trisílaba, porque aunque no tengo oído para la música, conozco
y siento el ritmo del poema, de la palabra. Sé cuándo le falta una sílaba a un poema. Percibo mucho la
cacofonía de los versos ajenos; de los míos me cuido mucho, así como de las repeticiones. Busco el significado
de la palabra en el diccionario y no pongo una palabra cuyo significado desconozco, ni uso una palabra para “llenar”
un poema. Clasifico las palabras en feas y lindas, por ejemplo, cristalino es linda, así como irídeo (del color
del arco iris) y calígene (niebla, oscuridad). Me gustan las palabras esdrújulas porque campanean”.
Al referirse a lo peor de su oficio, dice que no puede
hablar de lo peor de su oficio, porque la poesía no tiene peor. Es todo luminoso, bello y fantástico y agrega:”
Creo que la poesía está inmanente en todas partes. El poeta la encuentra en la calle, en el parque, navegando.
El poeta la ve, la percibe y la aprehende”.
Al preguntarle que cuándo se había sentido poeta, me contestó que uno
no siente un momento especial para llamarse o creerse poeta. Agrega pausadamente: “tal vez cuando se concluye un poema
se siente una felicidad anímica inenarrable, pero casi siempre es en solitario y casi nunca lo comparte uno con nadie
para que no lo tilden a uno de loca. Además, yo no hago callar a nadie para que me oiga; nunca me las doy de poeta,
pero cuando escribo siento una felicidad que físicamente puede comparase con batir una melcocha grande para hacer dulces.
Yo no público nada fresco o recién hecho. La poesía es como el vino, hay que dejarla reposar en el silencio
y ojalá en la oscuridad. No se puede asustar al vino. Alguien me enseñó que cualquier ruido asusta al
vino. Un vino se añeja en el silencio perfecto. Así es la poesía; entre el ruido no se puede escribir.
Poesía o versos me llegan solos y siempre tengo lápiz y papel a la mano. “Cae en mí la poesía
como caen las hojas del otoño”.
Le pido un recuerdo especial o una anécdota de
su paso por la diplomacia y contesta rápidamente: “bueno, francamente nunca me sentí diplomática.
Trabaje, además con algunos embajadores que casi me prohibían decir que yo era escritora y menos aún
publicar en los diarios venezolanos”.
Pregunta
corta, para una respuesta inmediata: ¿Lo mejor del matrimonio?: contesta: la viudez. Ante mi sorpresa, añade
risueña: “la viudez de marido vivo; es decir la separación o el divorcio. En realidad el matrimonio es
una coyunda como la de los bueyes en los carros campesino en los que no se puede mover la cabeza libremente; el marido siempre
pregunta, ¿por qué?, ¿para dónde?, ¿cuándo y cómo? Eso durante largo tiempo
le produce a uno un corto circuito. Mi esposo me prohibió escribir y como ya dije, cuando me preguntaban, decía
que yo no vivía allí. Cuando nos separamos me dijo que por qué utilizaba su apellido Castellanos. Yo
le contesté que por don Juan de Castellanos, escritor nacido en Tunja “.
¿Lo mejor de la soledad?: “que uno puede profundizar dentro de sí mismo
y ahí encuentra tesoros; además, quien está con Dios nunca está solo”, dice con convicción.
Repite ahora mi pregunta: ¿Lo que más
me gusta de Colombia? Con una chispa en sus ojos claros contesta: “que tenemos dos mares y tantos ríos tan bellos,
que creo que todos son azules. También me gusta su gente, que es amable, especialmente culta y educada en la otrora
llamada Atenas Suramericana. Digo esto porque eso se nota cuando uno viaja a otras partes. Me gusta también, y especialmente,
la superación de la mujer en los últimos años. Estamos aprendiendo a valorarnos, a entender que somos
capaces de soportar hasta la soledad y que tenemos una misión que cumplir con la vida porque esta es una tea encendida
que hay que pasarla a los hijos, si se puede, o en todo caso, a los demás”.
El 21 de octubre, después de su viaje al Perú, la llamé para felicitarla,
tardíamente, por su cumpleaños, que es el 9 de octubre, entre otras cosas, muy cerca de él. Somos mujeres
Libra, si eso tiene algún significado. Nos felicitamos mutuamente y me habló de su viaje a Machu Piche y de
ciertos lugares que, según ella, no podían dejar de visitarse, entre otros, a Iguazú, con sus mágicos
colores que a veces, remeda una cabellera amarilla; un crucero por el Nilo, las islas griegas y, en fin, tantos sitios maravillosos
y lejanos como el Japón, donde la poeta ha sido invitada y aclamada.
Han pasado casi cinco años desde que tuvimos esta charla, que he guardado como “Memoria”
de Dora, a quien quiero como amiga, admiro como mujer y respeto y disfruto como poeta; Hablar con ella es un placer y una
enseñanza. Después de tanto tiempo, considero que es oportuno compartirla para que se conozca, para entender
mejor su vida y disfrutar su obra literaria.
Después de tanto tiempo con no junto Entre los muchos reconocimientos como los
que ha recibido, vale la pena resaltar su inclusión junto a otras 23 escritoras colombianas en el Diccionaire
Universel des Femmes Créatrices, 2013, dirigido por Antoinette Fouque y editado también a finales de 2015
en ebook, ambas ediciones en francés. ¡Que gran acierto!, porque sin duda, la obra de Dora Castellanos es parte
importante del patrimonio cultural del mundo.
María Isabel Hernández S.
Derechos Reservados
Junio de 2012.