José Alberto Peroza Arteaga-Voces al Viento Siga leyendo. Gracias El editor
¿QUIÉN
LLORA A NUESTROS HÉROES? Por José Alberto Peroza Arteaga * Quienes vemos a hombres y mujeres del Ejército, Armada, Fuerza Aérea y Policía Nacional,
desempeñando roles un tanto ajenos a su actividad fundamental, como armar hospitales de campaña en parqueaderos;
infantes de marina repartiendo mercados puerta a puerta en lugares lejanos e inhóspitos, desprovistos de oportunidades;
pilotos de la FAC cargando los aviones y helicópteros militares con agua y provisiones para transportarlos a sitios
inaccesibles y alejados de toda posibilidad alimentaria; buques y lanchas de la Armada recorriendo mares, ríos, caños
y playas para llevar alimento y medicinas a nuestros connacionales abandonados a su suerte frente a una pandemia que a todos
nos confunde; a miles de policías en ciudades, pueblos y vecindarios, no solo apoyando con un alimento a tantas familias
necesitadas, sino compartiendo sonrisas de esperanza y ejerciendo su autoridad a costa de sus propios contagios, para extender
una mano amiga hacia quienes son su razón de ser, batallando minuto a minuto para convencer al necio ciudadano que
se resiste a la necesidad de utilizar los medios de bioseguridad obligatorios por recomendación de las autoridades
sanitarias, para que permanezcan en sus casas y no se expongan al contagio, que hoy tiene convulsionado al mundo entero. Nuestros héroes, de carne y hueso, no actúan solo en labores de defensa y mantenimiento
de la paz y la convivencia, sino también, para la asistencia a contingencias como las que hoy vivimos, dada su gran
capacidad de cobertura a lo largo y ancho del territorio nacional. Más de 29.000 militares y no menos de 120.000 policiales, están empeñados y comprometidos a combatir
un enemigo siniestro, letal y traicionero, como es el COVID-19. Nuestros héroes no solo cumplen sus funciones constitucionales
que les corresponde, sino que enfrentando esta pandemia, se despliegan por todas las vías del país, controlando
fronteras, vigilando calles, parques y avenidas, previniendo hurtos, saqueos, aglomeraciones y caravanas a lo largo y ancho
del país, con el ánimo y la moral en la cúspide de sus responsabilidades, exponiéndose a los contagios
que ningún otro funcionario se arriesga en conseguir, siempre en beneficio de quienes son nuestra razón de ser:
los ciudadanos. Hay cientos de acciones que realiza nuestra fuerza pública, de manera permanente sin descuidar ni dejar
de lado los operativos de su misionalidad. Y
todavía existen quienes preguntan; ¿y la fuerza pública, para qué? Solo piensan en la defensa
física del territorio y no logran vislumbrar que en Colombia no existen instituciones como estas, que velan constantemente
por la vida, honra y bienes de sus semejantes, sino también por coadyuvar estoicamente en la defensa de los más
necesitados cuando las circunstancias naturales y accidentales exijan una ayuda oportuna y efectiva, como se los garantizan
los miembros uniformados de las instituciones encargadas de la convivencia y la seguridad públicas. Colombia superará
esta pasajera enfermedad y al final tendremos que reconocer la verdadera vocación de servicio de hombres y mujeres
que ponen el pecho a la brisa para beneficio de sus connacionales. Y estos héroes
anónimos, vilipendiados, acusados, perseguidos, escupidos y humillados, ¿no merecen acaso una lágrima
y una nota de condolencia a sus familiares, por entregar día a día su sangre por abonar la paz que todos anhelamos
y que en ocasiones tanto despreciamos? Quienes entregan sus vidas y sus extremidades por el ataque traicionero de minas antipersonas
para erradicar cultivos ilícitos, ¿quién los llora? ¿Quién lamenta, así sea hipócritamente
la desaparición forzada de nuestros policías y militares? ¿Quién de sus secuestros? ¿Quién
de su soledad y ausencia? ¿Quién de sus dolores y sus penas? ¿Quién velará por sus hijos
y sus padres, cuando estos por la patria mueran? Solo los buenos hijos de esta tierra, quienes se sienten protegidos no solo por las armas, sino por el aliento y el
entusiasmo de estos ángeles de la guarda, se inspirarán para elevar por ellos una oración al Dios de
la paz, la seguridad y el orden. - *Presidente de la Asociación Colombiana
de Oficiales en Retiro de la Policía Nacional
percal2303@hotmail.com
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Tiempos lejanos ¡Oh llano, oh llano mío, si supieras cuánto te amo! Cuando la mirada clara de los hombres cubría cielos
y tierra del monte a la sabana! ¡Cuando se pegaba un grito para aclarar la garganta! Tiempos en que la copla, se enredaba con el arpa... en que llanero y caballo muy juntos se acompañaban musitándose las penas mientras las mirlas
cantaban. ¡Oh llano, oh llano mío, si supieras cuánto
te amo! ¡Cuánto te pienso y te quiero! ¡Cómo
te adoro y te extraño! Quiero gozar de tu suelo, de tu brisa, de tu amparo... quiero acariciar tu voz, tus aguas y tus encantos. Hoy que
cercan tus praderas y contaminan tus caños, y arrasan los
matorrales como si fueran tus amos...
José Alberto Peroza Arteaga-Voces al Viento
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Vinculado aún al servicio de la Fuerza Pública,
José Alberto Peroza Arteaga, su entrega personal es, no solo al deber de fortalecer la vida material de los Oficiales
de la Policía Nacional en retiro, sino a construir un mundo en el que los valores culturales sean parte de la voluntad
colectiva de querer vivir bien y en paz. Es así como el panorama humano
que nos ofrece Voces al Viento está enmarcado por el aura espiritual de su autor que nos regala
el todo de un escenario de valores que edifican y fortalecen nuestro paso de caminantes del planeta tierra.Voces al Viento es para transitar sin afán alguno, los caminos de la Patria conversando con
su autor, y descubrir en sus recuerdos que en él habita el espíritu de los viejos y revive su férrea
voluntad de hacer de la Palabra, la llanura inmensa donde: “El perfume que evapora del paisaje y que corre por la estepa solitaria, llega al alma del poeta enamorado bajo el peso incitador de su mirada”. (Voces al viento)
Los cantos de mi garganta y los escritos
de mi pluma, siempre han estado inspirados por la tierra del amor, el paisaje y su joropo, bendecida por el Creador y entregada
a los llaneros, descendientes de los indios araucas, pertenecientes a la población Arawak sometida por el conquistador
alemán Jorge de Spira en 1538. La tribu le dio el nombre
al rio más cantado del mundo, hidrónimo con el cual fue bautizada la ciudad de Arauca, capital, igual que al
Departamento. Abelardo Madarriaga, inspirado en la infinita
llanura, y en las maretas vespertinas del rumoroso rio, al igual que en los hechos heróicos de los centauros araucanos,
integrantes de los catorce, que bajo el mando del Coronel Juán José Rondón, nos aseguraron la libertad
en la Batalla de Boyacá (1819), compuso el prolífico pedagogo el coro con que se inicia nuestro himno departamental,
como símbolo de libertad, de agradecimiento al Dios de las alturas y de admiración a quienes lanzaron su voz al viento para pregonar nuestra independencia. Escribió el autor con
especial sabiduria: "Cantemos
araucanos las glorias de las pampas, ya vienen los centauros de nuestra inmensidad parece que se escuchan los
choques de las lanzas que en Boyacá nos dieron eterna libertad". Yo, en respetuosa incursión en estas lides literarias, sumo mi voz para
exclamar con singular orgullo de llanero: ¡Viva mi Llano,
viva la Libertad! José
Alberto Peroza Arteaga
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¡Arauca! Ahora que me encuentro lejos, ¡cómo quisiera cantarte! para decirte que siempre - ya contigo, ya sin ti- he estado de tu lado, Arauca mía.
El embrujo de tus cielos, la frescura
de tus aguas, el paisaje y el ensueño me sirvieron
de abanico en la hamaca de tus vientos.
Arauca, querida Arauca... cómo
sufro y me desvelo viéndote pasar las horas en
la angustia y el destierro de una raza que se eclipsa sin
esperanza ni aliento.
Arauca, mi querida Arauca, ¡cómo añoro tus joropos, tus calores y tus vientos! ¡cómo quisiera sentirlos entre mi mente y mi cuerpo! ¡Cómo extraño tus mujeres y el riachuelo de tus besos! ¡El sabor de tus paujías, tus semerucas, tus piñas, tus caimitas y tus ciruelos!
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Canto a mi llano
Yo canto
a mi tierra, con aires tan frescos como en las mañanas de gélido invierno; yo canto a mi tierra, me sale del alma y nunca se apaga la
voz de mis versos.
Su matiz de colores tan vivos y fieros hacen que el más rudo se sienta poeta, y la majestad del cielo infinito nos hace sentir muy dentro sus estrellas. El paisaje
que pinta el verdor de las palmeras en su aromático vaivén y corpulencia es una fuerza interior que no sabemos si es el vivo esplendor
de la belleza.
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Frutilandia
La vieja Anflora de Arauca, respondona y malgeniada, peleaba con los muchachos cuando de ella se burlaban. (....) ¡No me tumben los mamones! gritaba la viejecita y un insulto impublicable vociferaba la abuelita. Doña Anflora
está en el cielo cuidando
semerucas y guayabas, nísperos,
paujías y caimitos, toronjas,
corozos, guásimas; mereyes
rojos y amarillos, merecures,
toronjas y batatas, tamarinda
extranjera y guayabita, tamarindo
de cáscara, algarroba que
cura maluqueras, jobas de rico olor y
mararayes, cubarros peligrosos cambures,
y deliciosas guamas, anones
y pandeaños que
nombran pan de lágrimas, y
una pepa de todos los colores, una
pepa muy rara que la comen
los ángeles del cielo cuando
suben las aguas, cuando
Anflora recoge la cosecha de
las frutas de Arauca.
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Llano y mar
Nace el sol en la llanura y se dormita en el mar, dejando por su camino tristezas y hondo pesar. Y va dejando también sonrisas y carcajadas, de gaviotas y
de patos, de alcaravanes y de garzas.
Yo que era....
Cómo quisiera que al grito "¡joche...
joche! se encrispara el marrano, y de las manos de la mujer amada saborear los tragos de un café cerrero y calientico molido con canela y con clavos. ¡Tiempos aquellos en que el llanero y caballo escribían con sus cantares la
dulce paz de los Llanos! Todo se debilitó, todo quedó
en la historia, ahora soy un viejo que traspasó el calendario de la vida... ¡Ahora simplemente sueño!
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José Alberto Peroza Arteaga, Teniente
Coronel retirado con honores de la Policía Nacional de Colombia, se dedica a escribir aunque sin repasar los trece
capítulos del sabio chino Sun Zi. Repasa mejor los textos donde los protagonistas se juran amor eterno y sufren las
desventuras de la incomprensión de la época. Así como resolvió los más resonados casos
de la delincuencia criolla, a través de los códigos impuso las sanciones y las penas a quienes, por andar descarriados,
atentaban desconsideradamente contra las comunidades, afectando su tranquilidad, sosiego y seguridad, la vida de José
Alberto está llena de experiencias y de fallos que aún figuran como objeto de estudios en centros de formación
universitaria, policial y militar, dentro y fuera del país. Mejor conocido como el Ché Peroza, en el ámbito de los Llanos - apunta en tres direcciones
según las inclinaciones de su versificación: se muestra lírico en aquellos títulos que apuntan
a la tierra y glorifican las bellezas del Arauca de antaño, cuando los hombres se respetaban entre si y la igualdad
era el rasero de la época; tiene un carácter épico en las estrofas que hablan de los viejos y de los
tiempos de la independencia; y se declara definitivamente romántico cuando hace de la mujer el motivo central de su
existencia, apartándose de la guerra y regresando a sí mismo como el caracol de los tiempos darwinianos. El amor romántico que fluye de las páginas
de este poemario parece ir en contra de los movimientos que hoy en día sacuden a la colectividad mundial. Si en otros
tiempos primaba la libertad de los esclavos o se luchaba con fiereza por los derechos de los indígenas, hoy el leitmotiv
de la sociedad se afianza en la igualdad que reclaman las mujeres frente a instituciones como el matrimonio, la maternidad,
la ocupación, la política y el goce de la sexualidad. El matrimonio que hoy se demanda ya no es una liga indisoluble
en virtud del amor, sino un contrato donde la mujer reclama igualdad de derechos y obligaciones, y los hijos son apenas un
producto que debe formarse según el consenso de sus progenitores. José Alberto, extraído del mundo de la virilidad como lo es el Llano, y magnificado
con el estudio y el don de mando que es la resultante de la vida castrense, ha resuelto, con finísimo acento, publicar
esta obra, soportada en las viejísimas canciones de los enamorados del Medioevo, cuando al son del laúd se rendía
culto a las diosas de la guerra, de la ternura y del amor. Para Fernando Soto Aparicio "la poesía no es
para hacerle una autopsia, sino para sentirla en la piel del alma"; así lo ha entendido el autor de este poemario
que muy seguramente impactará las más recónditas fibras del sentimiento y de los sueños, que todos
tenemos derecho a disfrutar.- Eduardo Mantilla Trejos
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EL LLANERO El
llanero es uno de los tipos humanos más caracterizados de Colombia, junto con el costeño, el santandereano,
el antioqueño, el valluno, el tolimense y el pastuso. Este personaje a más de su espíritu libertario
crea de manera espontánea canciones y poemas no solamente para alimentar su soledad sino para alegrar sus penas y encauzar
sus sentimientos hacia la mujer que ama y que busca para crear un hogar rodeado de dignísima pobreza como alguna vez
escribiera Ernesto Luis Rodríguez, el gran cantor venezolano. Para muchas personas, el llanero es un mito desconocido que sobrevive en las llanuras del
oriente colombiano y que entre copla y copla y al compás de su caballo, ha dejado en los pastizales que también
se marchitan, un cantar errabundo y unas noticias historiales que alguna vez hicieron parte de la cronología bélica
de este bello país. Escribir poesía, según los entendidos,
no es cosa fácil. Sobre todo, cuando el modernismo exige un culto desaforado hacia la idea con menosprecio del ritmo
y la medida que, alguna vez, fueron la esencia del cantar de los bardos. Hoy la tendencia desborda los propósitos de
los romanceros del siglo XX y la modernidad ha impuesto el criterio de que lo fundamental es que el mensaje trascienda el
escrito y llegue finalmente al corazón del destinatario. Por mi
parte, combino ambos estilos pues mi formación castrense no permite que borre de un plumazo todo aquello que hizo parte
de mis primeros versos siguiendo la rima, sin importar las modalidades que la costumbre impuso como regla obligatoria para
los poetas. Soy un auténtico hijo de las llanuras araucanas. He
recorrido sabanas, esteros, caños y ríos, alimentándome con el sabor de las leche mieles; saboreando
merecures, jobas, paujías, caimitos y cubarros; castrando matajeas y extrayendo el panal de las güanotas, para
endulzar el paladar sediento de aventuras de amor y de esperanzas. José
Alberto Peroza Arteaga
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