Dietris Aguilar tiene en su haber algunas historias de fantasmas que quiere compartir. Historias que fueron contadas muchas veces por
sus protagonistas o por sus testigos. A la manera de El libro de los seres imaginarios, de Borges y Margarita
Guerrero, recopila información sobre el tema y se la ofrece al lector. Las narraciones, luego, se manifiestan como
un rumor de pasos. Podemos negar la existencia de los fantasmas con la misma liviandad con que
podemos afirmarla. Resulta curioso observar cómo mucha gente prefiere soluciones fáciles, explicaciones tranquilizadoras,
que cumplan la tarea de resolver hechos en principio inexplicables. No les resulta tolerable que, a veces, la realidad no
se resigne a la simpleza. Frente a ese peligro, aparecen las defensas del tipo "Te habrá parecido", "Lo
habrás soñado" o "¿No habrías tomado mucho?". Será fácil ponernos
de acuerdo en que estas respuestas parecen ser menos dignas de crédito que el mismo hecho sobrenatural. Lo sobrenatural, a lo largo de toda la historia de la humanidad, siempre ha escapado a la evidencia formal. La ciencia
no puede medirlo y no puede ser puesto en valor de verdad. No puede probarse ni refutarse.
De todos modos, el fantasma ha habitado desde tiempos remotos los territorios
de la narración. Como producto de la imaginación colectiva, popular, anónima o como creación personal
de escritores conocidos de todas las épocas. Hacia fines del siglo XIX Oscar Wilde imaginó un fantasma entrañable
que debía lidiar, además de las burlas de los incrédulos, con problemas físicos como el reuma
o los resfríos. Un hotel de Montevideo le dio a Julio Cortázar la idea de un fantasma bebé que necesitaba
de protección maternal. Edgar Allan Poe y sus antecesores ingleses pensaron al fantasma como portador del terror. Las
tradiciones centroeuropeas son ricas en historias de aparecidos. Ciertos lugares y edificios ostentan el prestigio de ser
habitados por fantasmas.
Uno de los problemas que el escritor debe
resolver a la hora de escribir una historia es la elección del tono que empleará para narrarla. Los cuentos
de fantasmas del siglo XIX se complacían en el énfasis expresivo para provocar el miedo: "¡Horror!",
"¡Espantosa aparición!", "¡No podía dar crédito a sus ojos!". El cuento
contemporáneo, en cambio, prefiere la descripción fría y serena del fenómeno. Incorpora de manera
homogénea lo inverosímil a la realidad. Este es un libro
de fantasmas. Pero los fantasmas no lo son todo en este libro. También están los sitios en donde moran y se
manifiestan. La autora nos lleva por lugares entrañables para todos aquellos que siempre acostumbramos vivir por aquí.
¿Cuál será nuestro gentilicio? No somos estrictamente porteños, pero tampoco somos formalmente
bonaerenses. Ciertamente suburbanos, sabemos que pertenecemos en todo caso a una ciudad plural que se extiende a lo largo
de muchos nombres y de muchas calles. Las noches pueden habitar el antiguo empedrado de la avenida Pavón en Lanús.
Las tardes, el pañuelo verde de la plaza de Escalada. Ciudad hecha de ciudades, de ciudades para ser observadas desde
la ventanilla del colectivo al alzar la vista del libro que se va leyendo. Ciudades que manifiestamente no nos esperan, pero
que siempre nos reciben. El otoño en las veredas de Banfield; el invierno en la estación de Llavallol. Pero dijimos que este es un libro de fantasmas. Aguilar recopila historias populares
y también testimonios personales de experiencias sobrenaturales. Las llama leyendas y las presenta como historias.
Y está bien; ya en el prólogo se encarga de precisar los diferentes significados. El género, como tal, se presta a la discusión. Lo fantástico, lo inverosímil,
no se explica; simplemente ocurre. Narrar consiste en transformar algo en palabras. Explicar algo, a su vez, consiste en decirlo
nuevamente, pero con otras palabras. Un hecho que realmente ocurrió puede convertirse con el tiempo en una leyenda.
Esa conversión es del todo un artificio que lo suele deformar y hasta desvirtuar, aunque no tiene la potestad de abolirlo. Catorce historias nos aguardan en Fantasmas suburbanos. Una es de Chascomús,
otra (del propio cuño de la autora) es del Uruguay. La docena restante es de nuestra compartida zona sur. Lanús,
Escalada, Banfield, Lomas, Témperley, Calzada, Llavallol y Monte Grande no quieren ser menos que Canterville. Hay colectivos
misteriosos. Hay lloronas y hay chicas de las cuales es mejor no enamorarse. Un niño juega eternamente al fútbol
frente a un arco de cemento, un enfermero insiste en demostrar su eficacia, un jinete recorre sin motivo los familiares descampados. Dietris Aguilar propone también un artificio. Su artificio es la transformación
de todas estas leyendas en inquietantes narraciones. Su libro, así, es acaso más grato. Consta, más allá
de su particular entusiasmo, de búsqueda, de investigación y de creación literaria. El interés histórico se aúna al deleite intelectual.
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