El deseo del ruiseñor Érase un ruiseñor que una vez
había sido hombre y que por un extraño hechizo se encontraba condenado a vivir atrapado en un cuerpo de pájaro. No estaba tan apenado por su suerte, porque poseía
un bonito plumaje y había sido dotado de una voz extraordinaria, su canto era su orgullo y era capaz de dejar boquiabierto
a cualquier ser que escuchara sus gorjeos; pero se sentía indefenso viviendo entre los árboles del gran bosque,
siempre expectante ante el acecho de algún cazador furtivo. Además y por sobre todas las cosas, lo que más
lamentaba era su soledad, anhelaba el amor de una mujer y sabía que eso era imposible en su condición. Deseaba con todas sus fuerzas que se rompiera
el conjuro para volver a ser el hombre que había sido, aunque sospechaba que probablemente eso jamás sucedería
y que continuaría siendo por siempre un ruiseñor. Una noche de primavera, en la que no podía dormir, se posó sobre
una piedra en medio del lago. La luna plena reflejaba su luz sobre el espejo de agua y le devolvía al pájaro
su delicada silueta. Al verse reflejado, el ruiseñor sintió una tremenda pena de sí mismo y deseó
estar muerto, no quería seguir viviendo de ese modo. Ya ni siquiera se entusiasmaba por el canto, que había
sido su gran consuelo. Alzó los ojos hacia la Luna, sin hablar, pidiéndole con el corazón que tuviera
piedad de él y que acabara con su vida. La Luna, al comprender su dolor, se sintió conmovida y haciendo uso
de su poder para influir sobre todos los seres vivientes que habitan la tierra, logró que el pájaro volviera
a adquirir su anterior fisonomía humana. Al ver su nueva imagen en el espejo del lago, el pájaro-hombre se sintió inmensamente
reconfortado y quiso entonar una melodía en honor a la Luna, pero no pudo. Inmediatamente comprendió que ya
no podría cantar como antes y permaneció en silencio. Después, con mucho esfuerzo y completamente empapado,
ya que no podía volar, se desplazó hasta la orilla y se detuvo sin saber adónde ir; no tenía casa
y tampoco amigos en ese bosque, debía buscar refugio en alguna parte. Caminó sin rumbo durante horas hasta que el amanecer lo sorprendió
cerca de una cabaña, golpeó a la puerta esperando encontrar a alguien que le brindara algo de comida y un lugar
donde descansar. Una
mujer abrió, pero al verlo tan desalineado se asustó y cerró la puerta con violencia frente a sus narices.
Esa misma mujer, la mañana anterior, mientras recolectaba castañas, se había deleitado escuchándolo
cantar sobre la rama de un roble. Ahora no podía reconocerlo. Un poco decepcionado se alejó del lugar, agotado y hambriento. Entonces
recordó las castañas y las buscó. Luego de comer se sintió reconfortado y se acomodó bajo
un árbol para dormir un poco. Ya descansado, emprendió nuevamente la marcha. Debía haber algún ser humano que se compadeciera,
le diera asilo y lo albergara hasta que consiguiera un trabajo y pudiera continuar con su vida, en paz. Sin embargo caminó
todo el día sin encontrar a nadie que quisiera ayudarlo, todos desconfiaban de él. Así pasaron los días
y cada vez era peor. Se empezó a correr la voz de que un hombre peligroso andaba rondando por el bosque. La gente
dudaba de lo que decía y se negaban a atenderlo, cerraban sus casas con llave y trababan las puertas y ventanas antes
de que él se acercara, por miedo a que les hiciera algún daño. Habían pasado cuatro semanas cuando, sentado en la orilla
del lago, cabizbajo, y con una amargura enorme, el hombre comenzó a lamentarse a viva voz del egoísmo y la
incomprensión de los seres humanos. Era de noche. La luna plena, que volvía a aparecer por el lugar después
de veintiocho días de recorrido, se detuvo frente a él y lo iluminó intensamente. Le costó reconocerlo,
porque su ropa estaba muy sucia, se lo veía muy delgado y además le había crecido la barba, larga y
desprolija. Cuando se dio cuenta de que era él, se molestó muchísimo y le dijo: - ¿Qué sucede contigo? ¿Acaso
no eres lo que tanto anhelabas ser? ¡Te di la posibilidad de ser feliz siendo un hombre y ahora te escucho maldecir
a tus semejantes, mientras tienes más el aspecto de una bestia que el de un humano! ¿Qué esperabas? ¿Acaso
creíste que ser un hombre significaba ser más afortunado que un ruiseñor? Cada uno de ustedes viene a esta tierra para dignificar su vida,
con la misión de ser felices haciendo felices también a los demás, pero nadie dijo que fuera sencillo
lograrlo. No es fácil para ti, ni para los pájaros, ni para los peces, ni para los animales más feroces.
Todos son diferentes, pero ninguno es mejor que otro, debes entenderlo. No eres más grande de lo que eras cuando eras
sólo un ruiseñor. Una vez que hayas aprendido la lección, tendrás la oportunidad de estar verdaderamente
libre del conjuro, mientras tanto seguirás sintiéndote solo e incomprendido. El hombre permaneció en silencio en medio de la noche meditando
las palabras de la Luna. Cuando amaneció, los rayos del sol alumbraron todo, poniendo de manifiesto su bello plumaje.
Entonces, el hombre-pájaro se vio y comenzó a cantar. Una melodía de gratitud resonó desde lo
más profundo del bosque y se escuchó en todos los confines. Adriana Balocchi
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La última cena Son
las tres de la tarde de un caluroso día de julio y en las calles la temperatura supera los cuarenta grados, ya llevamos
un buen rato caminando. Me
pregunto si valdrá la pena.Milán
está a pleno, ni siquiera el calor aplaca la eterna marea de gente. Siento el cosquilleo de las gotas de sudor que
se deslizan por mi cara. Ya casi estamos. Santa Maria delle Grazie no resultó tan cercana como parecía cuando
la vimos en el mapa. Al llegar
descubrimos que es necesario hacer una fila interminable para poder entrar, aún con los boletos de doce euros. Al
Cenacolo Vinciano no ingresan más de veinticinco personas por vez y la visita dura apenas quince minutos.Vuelvo a preguntarme si valdrá la pena. Hay un cartel que reza: Prohibido tomar fotografías. La guías hablan en inglés o en
italiano, yo prefiero el italiano, pero para eso hay que esperar una hora más y ya estoy agotada, así que me
conformo con escuchar la explicación en inglés, entenderla me requerirá un mayor esfuerzo. Espero que valga la pena. Finalmente ingresamos. Nos encontramos con una sala amplia, el
antiguo refectorio del convento, techos antiguos de ladrillones y madera, discretos ventanales por los que ingresa la luz
y paredes altas completamente blancas, excepto la que ocupa el fresco de Da Vinci; enfrentada a esta obra hay otra pintura,
la Crocifissione, de Montorfano . La gente se detiene sorprendida, ni un murmullo, un silencio absoluto ante la majestuosidad
de La última Cena. ¿Quién
de este mundo pudo crear algo semejante? A pesar del inevitable deterioro de la pintura, a pesar de haber sido atacada por
la humedad de tantos años, a pesar de haberse transformado durante la guerra en un establo donde los franceses practicaban
tiro, a pesar de que algún sacrílego hizo desaparecer los pies de Jesús para abrir una puerta en la
habitación... A pesar de todo eso, la obra es sublime. La contemplo y siento que Judas me mira tratando de parecer inocente, fingiendo
ignorar lo que le espera al maestro. Veo a Pedro, interrogante, con una daga en una mano quizá en su desesperación
de vengar la traición. Contemplo a los otros discípulos que miran a Jesús tratando de entender la profecía:
"Uno de vosotros me entregará ". ¿Quién y por qué? se lee claramente en sus miradas. Jesús se muestra sereno, sabe que todo
está escrito y nadie podrá modificarlo, la pintura lo representa exactamente así, en paz. Mientras tanto,
la imagen casi femenina de Juan deja percibir un total desconsuelo. La luz que ilumina esos rostros es celestial. Quiero acercarme a la pintura más allá
de la cinta que la separa del público, quiero tocarla, quiero introducirme y sentarme a la mesa con ellos, sentir lo
que ellos sienten. Es tan auténtico. No creo haber visto esa expresión en un rostro jamás ¿Es
que ninguno de nosotros ha sentido alguna vez la presencia cercana de Cristo a lo largo de la vida? Y en medio de toda esa gente que no conozco,
con la voz en inglés que explica los detalles de la pintura que no escucho, mi mente va mucho más allá,
me replanteo mis creencias, mi fe católica . Pienso, me interrogo, me juzgo, me sorprendo, hasta me culpo por mi agnosticismo.
¿Acaso sólo ellos fueron capaces de sentirlo? De pronto hay algo que me calma, algo que viene a mi memoria
sin pensar, algo natural, casi primitivo. Él estuvo conmigo ahí , recuerdo esos instantes, lo sentí muy
cerca, casi tocándome, Jesús estuvo presente al menos en esos momentos, no tengo dudas. Entonces, no vi mi cara
porque no estaba frente a un espejo, pero recuerdo que alguien me dijo: Tu rostro está iluminado. Sí, él me acompañó
en cada uno de mis partos, como a tantas otras. Ese recuerdo me reconforta y me da alivio. Ya no me agobia el calor sofocante,
la gente de mi alrededor parece haber desaparecido, estoy relajada y en paz. Me siento privilegiada. Ahora consigo comprender la luz que Leonardo
puso en cada rostro de este fresco, es la luz del milagro. Y me digo: Sí, valió la pena ver la pintura. Adriana Balocchi
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