Hace un año escribí un poema que nunca edite, pero que al conmemorarse
el aniversario de este duelo, lo quiero compartir contigo. LOS NIÑOS DE NEWTOWN
Entre los jardines de la escuela
los
niños muertos juegan.
No quieren estar muertos.
Ellos quieren vestirse
de todos los amaneceres
por venir
Coros de voces dolientes
despiertan la mañana.
Los niños vivos gimen.
No entienden el miedo
ni la sangre.
Una madre anida al hijo
arrancado a su ternura,
y le teje
guirnaldas para cubrirle el frío.
Anochecida
-otra madre-
mece la muñeca nueva prometida,
la llama como a su hija
y le sonríe.
Nuevas ofrendas de duendes y caballos
quedaron a la espera
bajo el árbol.
Todo en aquella estación de nieve,
mientras la estrella de David
cubría
el cielo.
J I T A L A *
Soy Ji tala,
la nacida para cargar
el agua,
una mujer de Malí,
la de ojos bajos, la encorvada.
Al otro lado del mundo,
una mujer de rodillas quebradas
se tranca
por dentro
por miedo del palazo a media noche.
La niña de Guachené,
junto a la niña nigeriana,
medio respira
sentada
ante el silencio de los fusiles.
La madre de Kiev,
como la madre de Alepo,
protege a sus hijos en el muro
a la hora
de los bombardeos.
La
niña aterrada se golpea contra el vidrio
mientras la llama acosa en la espalda.
Cuán lejos el río....
En la India, la joven violada,
obligada
a beber ácido,
se ahorca, con su suma soledad,
a un metro del suelo.
La abuela de la Franja de Gaza
se divide en dos horizontes
a la hora de la plegaria.
Soy
Ana Tanavala,
vivo en alguna aldea de Asia.
Mi padre ha quemado mi rostro,
mi madre ha destruido mis ojos,
mis hermanos se han regocijado.
Que las aes de mi nombre se alarguen
en las voces de las gimientes
y sea
creada una nueva especie de flor,
la Flor de Tanavala,
Ana hecha flor.
Soy la mujer negada en el repudio,
la de la vagina empuñada,
la que vuelve a barrer sin para qué,
ya limpia, la casa.
Soy la mujer porosa, la descosida,
magullada al costado,
ese odre
inservible
que solo asienta flores
de agua.
Hay tantas formas de quemar el rostro
hay tantos palos de quebrar rodillas
hay
tantas medias noches contra el vidrio
tanta llama entre el pecho y río lejos
tanta mujer huída por
los caminos
sin volverse a mirar
la franja del repudio
tanta agachada en el muro
tanta empalada en el
miedo
tanta ablación sin caléndulas
tanta laceración en el silencio
tanta asfixia en bodegas
del exilio
tanta hiel en el aire
tanta casa barrida ya barrida
tanto ojo apagado en el rechazo
y, obligada
a beber su trago más amargo,
tanta Ji tala.
Soy muso maliense,
soy Ji tala,
una mujer del sur o del oriente,
nacida para
llevar al hombro
la jarra del vinagre,
mientras me desencorvo y me yergo
y me emprendo en el viaje hacia la fuente
por la jarra
del agua.
Marga López
Díaz.
* En la lengua bambara, de Malí,
mujer se dice: muso; también Ji tala,
que significa: la nacida para cargar el agua. La jota suena como
una
ye.