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ediluobs@hotmail.com
Mi nombre es Edith Lucia Michelotti. Soy obstetra,
jubilada. Ahora escritora. Escribo porque tengo cosas que decir, quiero decirlas y soy feliz con ello. He realizado cuanto
taller literario he podido. Soy columnista de diarios y revistas, me gusta escribir cuentos y me atreví con mi primer
novela www.hepatitis-c.com.ar
La
cultura de la resignación Oriundo
de una aldea perdida en las montañas, sin saber leer ni escribir, llegó mi abuelo inmigrante, a esta tierra
argentina, trayendo un pequeño cofre dorado como todo concepto de equipaje. Con su contenido se abrió paso en
nuestro suelo, forjó su familia, su futuro. Lo guardó por siempre con celo y mucho cuidado. Y cuando algunos
de sus hijos o sus nietos, tambaleaba en el sendero correcto de la vida, él lo abría casi sin darse cuenta y
mostraba su interior como quien enarbola la bandera más preciada. ¿Qué cautivante piedra preciosa encerraba su misterio? Con el correr de los
años, curiosa y atrevida, logré destrabar su cerradura y llegué lentamente a conocer la verdad del sugestivo
contenido. Guardado con profundo celo, grabado en su genética ancestral, flameaba sonriente "la cultura". La cultura del trabajo. --Sobre ella trazó los movimientos de
este circo infernal que es la vida. Con ella logró que los pilares de su hogar se mantuvieran firmes frente a los avatares
de tormentas muy feroces. Con ella enseñó a sus descendientes lo maravilloso que es vivir con dignidad. La fascinación
de servir día a día, la mesa contenedora y hogareña con el pan ganado con esfuerzo. Hurgueteando impertinente en el trasfondo, encontré asombrada
que la "cultura del trabajo" escondía a medias en sus rincones, amigas muy precisas, insoslayables. La cultura de la decencia.-¡Claro! -Me dije emocionada, comprendiendo-,
no son virtudes, son actitudes normales que el abuelo enseña, posiblemente sin tener conciencia de ello. Porque ese
es el sendero de la libertad y ¡hasta permite coquetear en su transcurso, con la felicidad que espera siempre ansiosa! Alterada, captando paso a paso sus preciadas entrañas, continué
explorándolo buscando una réplica a mi congoja. Impulsada
por el negativo sentimiento, abatida ante la realidad de la Argentina que transito, imaginé que allí se ocultaban
las respuestas a mis angustiadas preguntas cotidianas. ¿Por qué vivimos aceptando lo desagradable cómo
si fuera imposible mejorarlo? ¿Por qué permitimos que fallen jueces malos, dejando libres asesinos, pederastas,
violadores? ¿Por qué consentimos que impere la "cultura de la vagancia" ausente en el cofre del abuelo?
¿Por qué nos encerramos tras las rejas, lloramos nuestros desparecidos en manos de delincuentes que sonríen
con sorna en nuestra espalda? ¿Por qué toleramos que imperen programas televisivos deformantes, que ocupan horas
en las pantallas corruptoras que observamos en todos los hogares? ¿Por qué dejamos que "distraigan realidades"
como otrora lo hicieron los invasores regalando espejitos de colores? ¿Por qué no hacemos valer nuestros derechos,
a la salud, la educación y al trabajo? ¿Por qué fastidia tanto cuando los niños piden la moneda?
¿Por qué desviamos la mirada, indiferentes, frente al magro salario de los que laboraron toda una vida con esfuerzo?¿Por
qué permanecemos impasibles ante las cifras del censo 2010 que nos mostraron el crecimiento de las villas ó
asentamientos? Apabullada, con el firme
convencimiento de mi imposibilidad frente a la barbarie, de mis brazos impotentes ante tanta injusticia, recurrí resquebrajada
al viejo cofre. Seguramente el abuelo no habría olvidado entre sus preciados tesoros la cultura de la resignación.
El sabría cómo vivir con ella. Busqué ansiosa como nunca, sin olvidar ningún recodo. Frenética
revisé una y mil veces. Poco a poco fui incorporando el tácito mensaje del viejo sabio analfabeto. La cultura de la resignación no figuraba en sus planes de vida.
No se hallaba en su cofre, simplemente porque jamás había sido considerada. En su lugar quedaron encendidas
la cultura de la fuerza, el coraje vencedor de viejos miedos, la fe en forjar el futuro de los hijos, la rectitud, el emblema
de la frente siempre alta. Cerré
el cofre, el camino se aclaraba. Edith Michelotti DNI 3995054 9 de octubre de 2011 Rosario, Argentina
PARA USO EXCLUSIVO DEL AUTOR DE ESTA PAGINA nacionesunidasdelasletras@aveviajera.org
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CUENTO
Azúcar " ¡Sólo se trata de un poco de azúcar!" Edith Michelotti
-Mamá, ¿qué
hacen esas jóvenes disfrazadas en la esquina de casa, pertenecen a una comparsa? La ingenuidad demostrada en
el interrogante de la niña daba clara cuenta que sus escasos años no eran suficientes para comprender que la
sociedad es un abanico de personas que para sobrevivir desempeñan los roles más diversos. Las jóvenes
trabajadoras del sexo, y los autos disminuyendo su velocidad para acercárseles, entretejían un especial aspecto
en ese espacio de la ciudad. La niña miraba las escenas desde siempre, sin verlas, hasta el día que comenzaron
a llamarle la atención. Crecía. La madre, descuidada, no previó que la pregunta le sería
formulada en el tiempo y se sorprendió a si misma sin respuestas. -Será mejor que vayas a la granja a comprar
el azúcar que está faltando para la mamadera de tu hermano -respondió esquiva. -¿Cómo
hago mamá? La abuela me dijo que no pase al lado de ellas, ¡Pero yo quiero mirarlas! ¡Están tan
bien pintadas! ¡Las polleras cortitas, ajustadas, tan llenas de brillitos! ¡Y los zapatos tan altos, qué
lindos! ¿Entonces qué hago, me cruzo de vereda como siempre? No sabiendo qué contestar resolvió: -Mejor dejá, voy yo, vos quedate a cuidar el nene. En el trayecto comenzó a reflexionar. -¿Cómo
le explico a mi niña la sexualidad? ¿El puterío en las calles? Los padres modernos nos enfrentamos a
situaciones para las que no hemos sido preparados. Cuando yo era pequeña las calles se veían limpias. La culpa
la tienen las autoridades, permitiendo que se entremezclen en los barrios, zonas rojas de prostitución con familias
como la mía, tan bien conformada, decente, feliz. ¿Feliz? Bueno, un poco en realidad. Mi marido es algo parco,
siempre inmerso en la lectura del diario, pide que no lo molesten, viene muy cansado de su trabajo y permanentemente exige
que lo dejen en paz. No nota que la nena se está haciendo grande, no colabora en su educación, se molesta cuando
llora el nene. La cosa es complicada. ¡Además este eterno cansancio y esta abulia que me invaden! Mi madre anciana,
enferma, demandante, cargosa. El bebé pequeño, ¡sus eternos pañales, sus controles pediátricos!
La nena en la escuela, la maestra requiriendo puntualidades y ayuda en las tareas escolares. La comida en horarios perfectos.
¡Uf! ¡Qué fastidio!Se acercó
a las mujeres "diferentes", Las miró de reojo, apuró el paso. La invadió la curiosidad. -Al fin y al cabo también son mujeres, -se dijo-, ¿cómo será su sexualidad? ¿Sentirán
placer con hombres desconocidos, plagados quizás de exigencias bochornosas? Debe ser terrible, asqueroso, antinatural.
Bueno pensándolo bien mi vida sexual tampoco es muy "natural". Un encuentro obligado, al que no sé
decir que no, rápido, sin seducción, seguido del profundo sueño de mi esposo, solo interrumpido por la
campanilla del despertador anunciando un nuevo día tan exigido como el anterior. Ahora que lo recuerdo ¡jamás
me quité el camisón para hacer el amor! Miró a su alrededor, no encontraba la granja. Inmersa
en sus pensamientos había pasado por la puerta sin verla. Regresó sobre sus pasos sin comprender porqué
la invadía esa angustiosa sensación de vacío. Con el azúcar colgando del brazo, volvió
a observarlas. -¡Si pudiera hablar con ellas! ¡Les preguntaría tantas cosas! ¿Es lindo hacer
el amor? ¿Es cierto que se puede estar ¡dos horas! jugando con diferentes partes del cuerpo, acariciando cada
zona sin límites? ¿Se excitan? ¿Tienen orgasmo? ¿Los hombres se vuelven relocos de sexo, suspiran
cómo en las películas? ¿Les observan su ropa interior? ¿Se desnudan? ¿Hacen cosas obscenas?
¿Cuánto ganan? ¿Gozan, gozan, gozan? Miró a ambos lados de la calle. Se sonrojó como
si alguien estuviera leyendo sus pensamientos. Nuevamente apuró el paso, el bebé reclamaría con
su singular llanto el preciado alimento. No vio la baldosa levantada. Cuando su cuerpo cayó sobre el paquete
desparramando los granos más pequeños por todos lados, las lágrimas humedecieron su rostro fracasado
y su cuerpo se contorsionó en un llanto desgarrado. Secando las lágrimas, tratando de recomponerse, se consoló pensando:-No es para tanto. Soy una
exagerada. ¡Sólo se trata de un poco de azúcar! Edith Michelotti
La tercera función La tercera función de la vida se ha prolongado. ¡Qué
bueno! Claro que su continuidad, que se insinúa como maravillosa, descoloca el accionar de la sociedad, por lo
novedoso de su implante y el de los propios beneficiados que quizás nunca calcularon vivir tanto. Hombres y mujeres
llegan a los sesenta, setenta años, y con un poco de suerte, les queda por transitar un camino impensado hasta el momento. ¿Qué hacer para que esta "novedosa etapa" se la recorra con proyectos y realizaciones? ¿Cómo
lograr que este pasaje final, se lo atraviese con la plenitud que los límites naturales le permitan? La realidad, es la única verdad. Y nosotros, la generación
en su tercera función, enarbolamos la nuestra. Estamos, y seguiremos la ruta sumando nuestro asombro a los cambios
tremendos de este tiempo moderno, insertándonos en él, simplemente por no quedar fuera de contexto. Agradecidos
por la licencia que la vida nos dispensa, convendría planificar nuestro futuro. La lección que se nos brinda
es clara, transparente, indicativa. La evolución de los tiempos la permite. No queda nada más que interpretarla. Científicos han demostrado que los últimos treinta años de nuestra vida, son en realidad otra etapa
evolutiva. Con características específicas como encontramos en la edad mediana, la juventud o la pubertad. Quizás deberíamos detenernos en las dos funciones vitales anteriores, analizarlas y reconciliarnos con ellas
si hiciera falta. Solo así organizaríamos la tercera con aciertos. No ha sido más rico el que ha
tenido más dinero, más fama o más prestigio, sino el que supo posicionarse ante sus realidades y transformarlas
oportunamente para su bien. Frente al hecho de esta nueva longevidad, con impacto profundo en la cultura de los pueblos,
los que la transitamos deberíamos considerarla en lo personal, en lo familiar y en lo social. En lo personal tal vez sea preciso seguir bregando por nuestros derechos.
Los que llegamos jubilados, o en trámite de hacerlo, exigir que nuestros ingresos permitan alcanzar la dignidad por
la que tanto luchamos en "nuestra época". Inquietos y curiosos tendríamos que hurguetear en el
escondido baúl de nuestras postergaciones, y observar con lucidez y profundidad, dónde están y cuáles
son aquéllas maravillas que hasta acá no pudimos concretar, porque nuestros tiempos circulaban más en
los tiempos de los otros. Ahora es el nuestro. Algo así como una "gracia" recibida. Que satisface, sin
duda, pero también nos obliga a aceptarla en plenitud, a gozarla sin titubeos. ¡Quizás descubramos
potencialidades hasta ahora impensadas y las hagamos circular por el sendero de las realizaciones! En lo familiar habría que lograr que "nuestros jóvenes"
comprendieran que le estamos agregando "vida a los años", ya que la vida por sí sola, se encarga del
resto. Terminarían por entender por viejos somos más sabios, que pueden nutrirse de esa realidad para
su crecimiento personal, como hicieron los aborígenes en nuestro suelo, e interpretar finalmente, que solo estaremos
muertos, cuando la muerte resuelva tomarnos de la mano. Lo
social, no dependerá solo de nosotros. El resto de los seres humanos deberían mirarnos a través de una
sonrisa, porque somos el símbolo de su mañana inexorable. Para ello el amor y el respeto entre los hombres,
se tendría que imponer. Los gobiernos tendrían en esa hora una oportunidad precisa para lucir su hidalguía,
legislando en el ámbito que les compete, para que la dignidad de los viejos no sea un recitado evaporado en el tiempo.
Los niños tendrían que
encontrar en las actitudes que toman sus padres con sus propios padres, un ejemplo a seguir, pleno, respetuoso, desinteresado. Los jóvenes, analizar con su impetuosa inteligencia, la experiencia del anciano y recurrir a su preciada fuente de
sabiduría. Y nosotros, los actores
de esta "tercera función", concientes de que no somos la "clase pasiva", sino simplemente la que
cambió de actividad, animarnos a demostrar, hasta el último escalón de la subida, que se puede intentar
un mundo nuevo.
Edith Michelotti
Poeta tonto Si no existiera el viento, ni el sol ni las estrellas, ni
el mar con aguas bellas golpeara malecón. Si no hubiera luna, la noche, el firmamento, ¿a quién
con sus lamentos iría mi canción?
¿Tan pobre está mi letra que no sabe mecerse con rimas rimbombantes al son de una
ilusión? ¿Tan ciega va mi mano que en este intento vano no encuentra la palabra que exprese mi versión? ¿Es que no alcanza el hambre, el dolor,
la injusticia para brindar caricia a toda mi expresión? ¿Qué pasa con mi mente que necesita
lunas ignorando la hambruna de toda una nación? ¡Qué poeta tan corto que soy cuando le canto por no mostrar mi llanto,
a los astros, al sol, al amor, al amante que en el camino errante con paso atribulado tan sola me dejó, ignorando a los niños, los muchos limpiavidrios, violados, castigados en este mundo peor, sin ver a los enfermos, ni los gobiernos malos que en este cruel pantano
esconden frustración! Seré
un poeta inútil, un tanto aletargado, si dejo que a mi lado impere destrucción, sin elevar la pluma
que lleve la palabra que con fibra y con garra, ayude a la razón. Y seguiré cantando a la luna tan gastada, la estrella apabullada que allá
lejos quedó, ¡Qué poeta tan tonto que en juego de palabras no da con las que sangran por un
mundo mejor! Edith Michelotti http:www.aveviajera.org/nacionesunidasdelasletras/id613.html
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