La amistad es una. Es todas en una y permite volar, alcanzar el punto más lejano del universo y a la vez hacernos descender, poner los pies en tierra. En reversa vuela directo al corazón. Ella te habita como un duende silencioso. Es una de las siluetas del amor.

Es ala protectora. Te transforma en ala que protege. Ambos. También serás el ala y el habitat del otro o de la otra, es indistinto si es mujer o varón. Es raro porque no busca sexo, no lo pide, no. Tampoco lo ofrece. No hay tal interés. El encuentro es fenomenal, imprevisto, certero y sorprendente. Para embates venideros. Armamento para el futuro. Va a levantarte de los porrazos o darte una ducha para la euforia. La ilusión, el abrazo. Ese abrazo inconmensurable, más poderoso e indestructible que el mejor de los amantes. Más estrecho que el más íntimo de los lazos familiares. Más fogoso que el peor de los incendios. Más curativo que el mejor de los medicamentos. De ser necesario se puede dar la vida, todo. La contención y el consuelo. Te va a entregar hasta la última carcajada y la sonrisa más risueña.

El sitio donde uno puede estar tranquilo. Suspirar. Descansar y recostarse. Ese habitáculo que no todos tienen la dicha de hallar y que a veces buscan durante toda su existencia. Te permite el reposo verdadero. Con los ojos cerrados uno puede dejarse ir por los carriles auténticos de la comprensión y el afecto. Hay un guardián que está atento, vigila tu sueño. Un respiro. El aliento. Sí, confiar con los ojos bien cerrados, sin sufrir la vigilia que impone la supervivencia en este mundo conflictuado, que los seres humanos nos hemos ocupado de llenar de tanta ambición y crueldad. Y puedes hacerlo tranquilo y confiado porque sabes que cuidarán tu identidad, que es casi gemela a la del otro. No van a contar tus secretos, ni tus preocupaciones, ni siquiera el menor de tus errores, no, de ninguna manera. De ser necesario cubrirá tu desatino, y como un cómplice tácito y perverso guardará en el cofre impenetrable de la memoria tus lágrimas y tu risa. Lo que seguramente harán y que es imposible evitar, será proclamar tus virtudes a los cuatro vientos y a quien quiera oír.

Ese sitio insuperable, único, es el nido que nos recibe luego de cada vuelo, de un aterrizaje forzoso o una jornada fatigosa, para transformar la inestabilidad en algarabía de cascabeles, en alivio y sosiego, para reunirse una vez más en la paz y la armonía.

Él o ella, te prestará las alas, será tu cómplice, guardián y carcelero y también, de ser necesario va prodigarte un chirlo -no te asustes- es para que reacciones. Te saliste de la ruta, ojo, allí hay un pozo. Cuidado, te vas a golpear con esa rama.

Es por eso que digo que son alas. Alas de acero. Alas indestructibles. Que crecen. Que te crecen. Que nos crecen. Que perduran y crecerán mientras la tierra gire y la humanidad exista.

Norberto García Yudé

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